Felicítate, porque has sobrevivido a las últimas veinticuatro horas.
Has llegado a casa, cansado y hasta los cojones del jefe, de tu suegra/o, del calor que hace en el metro, de los atascos, de las prisas, de que tu pareja se haya olvidado por enésima vez de tu cumpleaños, de que la gente cada día sea menos solidaria, de que ya ni tiempo tienes de saber qué es un sofá y el silencio, ni recuerdas la última vez que estuviste al cien por cien con tus hijos, que están cada vez más ausentes y empiezan a preguntarse por el mundo, pero tú no tienes ni puta idea porque nunca estás en casa.
El mundo, es una mierda del tamaño del mundo, ya lo dijo Lázaro.
Pero tú, ella y él, habéis sobrevivido. Y éso es lo importante. Porque sino, ya me dirás qué sentido tiene el día a día, sin él, sin ella, sin nosotros.
Siempre serás libre de echar a correr, de cantar una canción en un vagón muerto de tristeza, podrás romper el silencio de la rutina, con alguna pregunta que nadie espere:
Hola, ¿qué tal el día?, podrás hacerlo porque, en realidad, eres capaz de cualquier cosa.
Pero no conviene echar a correr, ni mirar arriba o a los lados, ni preguntarle ni preguntarte.
Qué mas da. De todas formas tampoco hay tiempo para ello. Hay... otras cosas.
Mentiras. Falsa solidaridad. Demagogia en la televisión. Manipulación. Sobreinformación. Desinformación. Contrainformación. Caos.
Caos dentro de tu cabeza, siempre dentro, porque lo quieras o no, eres demasiado correcto para expresarlo.
Pero es que hoy, me ha dado por pensar, a mí.
Y resulta que hay algo que me preocupa...
y es que no nos miremos...
Somos, como autómatas: sal del metro, dirígete correctamente hacia la puerta, sin correr pero tampoco despacio, velocidad normal, la socialmente aceptada. Compra el pan y pon tu correcta sonrisa mientras te dan el cambio. Luego, vuelve a casa del trabajo, descálzate, túmbate en la cama, aflójate el cuello de la camisa.
Piensa cómo has pasado correctamente tus últimas veinticuatro horas.
Felicítate.
Bueno, no todo es tan negativo. Aún podemos disfrutar de un buen concierto de blues en la calle Arenal, de un truco de magia de la calle Preciados, o de, qué sé yo, lo que quiera que te demuestre que, al menos, todavía circula algo por debajo de la piel.