miércoles, 4 de marzo de 2009

Parte II

Don Melquiades Suárez, quien rara vez se enteraba de las habladurías que recorrían las calles de su pueblo, se encontraba aquel martes caminando sobre tierra mojada, dando uno de sus habituales paseos lejos del pueblo.
A menudo llevaba una pipa en la boca, de la que saboreaba una mezcla de hierbas que se le antojaba deliciosa y que solían dejarle en un estado de inexplicable felicidad.
Además, también le gustaba el olor que se quedaba impregnado en sus ropas.
Mientras se perdía en el humo que exhalaba de su garganta, su mente se dedicaba a romper pompas de jabón, a desnudarse o a sumergirse en olas, según la temperatura que hiciera aquel día.
Otras veces le daba por pensar en la en la risa de sus hijos, en su juguete favorito de la infancia, en el olor a madera de su antigua casa, en el cabello pelirrojo de la mujer de la Plaza de las Descalzas que decían que era puta, o en tantos otros detalles que sólo él percibía.
Don Melquiades. Un hombre peculiar.

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