El quinto hijo de la familia Suárez, de 3 kilos, 280 gramos y 51 centímetros de tamaño, había nacido una fría mañana de martes entre cuatro sucias paredes sobre un colchón improvisado.
Algunos no dieron crédito a este hecho, es decir, nadie realmente esperaba que la curva incipiente del vientre de Doña Mercedes pudiera albergar más vida, y menos que diera a luz aquel martes lluvioso.
Nadie hubiera sospechado, jamás, que comenzaba a gestarse un latido bajo las holgadas telas que solían cubrir su cuerpo de pies a cabeza, telas que arrastraba donde quiera que se desplazara, ensuciándolas siempre.
Doña Mercedes. Una mujer peculiar.
En cualquier caso, la noticia rápidamente se extendió por el pueblo, y en pocas horas había recorrido todos los caminos que a las palabras se les permite recorrer. En forma de grito o susurro, la historia saltaba de una ventana a otra, y, como era de esperar, el destino de aquella historia también fue a parar a bocas ingratas.
Aquel martes, precisamente aquel martes, la rutina del pueblo se quebró de golpe con la noticia, y todos y cada uno de los habitantes, ante un primer estado de desorientación y pánico, decidieron hacer de aquella historia virguerías, llegando a convertir en un reto personal inventar la historia más grotesca y original sobre los hechos.
De esta forma, aquella historia se transformaba irremediablemente minuto a minuto, y pasó a convertirse, en la esquina de la calle Libertad con la calle Desengaño, en un alumbramiento nada común, pues Doña Mercedes había dado a luz dentro de una bañera rodeada de sus cuatro vástagos, que asistían a semejante espectáculo con absoluta perplejidad y cierta mirada de repulsión, y ante la inestimable presencia del párroco de la Iglesia, que había optado por bautizar a la criatura con la hedionda agua caliza que escupía el grifo.
A la altura de la calle Montalbán, las malas lenguas aseguraban que aquella criatura no había sido fruto del matrimonio Suárez, sino del esporádico encuentro que Doña Mercedes tuvo, nueves meses atrás, en la trastienda de la panadería de la calle Soledad, pues todos habían visto la expresión de satisfacción que asomaba en su rostro cada vez que Tomás, el panadero, acercaba pan caliente, recién hecho, a las manos de Doña Mercedes....