Silencio. Una mano se alza al fondo de la sala. Sorprendidos se encuentran pares de ojos. Las bocas susurran, cerca, muy cerca de los oídos.
- ¿Sí?
Silencio otra vez.
Agudo, estridente, molesto.
- Disculpe, ¿a qué hora dijo que podíamos irnos?
El Café Cinema existe, en una calle perdida de Berlín. En ese lugar las páginas dejaron de ser blancas. Y algo cambió.