Si tuviera ahora que quitarme mis disfraces, mis máscaras y todas mis capas para hablarte, lo haría. Lo haría aún sabiendo que no se puede ser cristal; caes y te rompes siempre porque tu naturaleza no es otra.
Pero yo ya no puedo más. Creo que si hago esto es por varias razones.
Primero por mí, es decir, podría escribirlo o mejor, hablarte vaciarme quedarme más a gusto, sentirme más ligera y todo porque he comprendido aunque duela, aunque no lo asuma.
Podría.
Creo que al final la vida se va tratando de eso, de nuestra capacidad de asimilarnos, de aceptar a los otros, de hacernos mayores con todas las letras y de aún así, ser capaces de reírnos de nosotros mismos, del modo en que caminamos, percibir por encima de todo las cosas imperceptibles que a uno se le meten entre los ojos, ser ancianos con la certeza de ese beso de callejón, del color exacto que tenían antes las cosas.
Dios… qué ganas tenía de escribir, si me vieras, si te importaran aún mis manos.
Prefiero escribir porque soy tan nerviosa que, mi corazón puede palpitar cien veces su ritmo normal y quedar al borde de mi garganta, si digo las palabras que no debo en la forma en que no debo. No me gusta cuando me pasa eso. Prefiero que leas, que te obligues a poner la entonación.
No es fácil.
Odio gritar. Poner a prueba mis arterias sabiendo que la última culpa era mía. Odio las situaciones que me hacen gritar, aunque cuando estallo enseguida se me olvida. Lo prometo. Intenta hacerme reír.
Excepto algunas cosas, que no se olvidan.
Ni siquiera por la noche, cuando todo pasa de largo.
Creo que es el no entender, sí, eso me revienta. Creo, que es la dejadez, la mirada hacia otro lado, el silencio y la calma obligatoria de mis huesos. No sé si hay algo peor que eso.
¿Sigues leyendo? Bien, bueno, debo decir que tienes bastante paciencia. Me alegro. En cualquier caso, yo me voy quedando más y más a gusto en cada palabra, creo que cada línea pesaba 1000 kilos, como poco.
Ya te dije que esto lo hacía por mí.
Nadie podrá decirme que no lo he intentado. Esa es otra cosa que me molesta.
Cuando soy cobarde.
Empiezo a pensar que cuando te acabas de levantar, molestan muchas más cosas que por la noche. Tal vez porque estamos demasiado despejados y sentimos lo que no apreciamos al final del día, por puro cansancio.
Espera, me voy a encender un cigarro.
No te vayas.
Ya.
Empieza a hacer frío, tal vez me desnudé demasiado.
…¿Sigues ahí?