Nunca te sentí tan lejos como aquella tarde de otoño. Sentado en aquel banco las hojas muertas y rotas bailaban alrededor de tu viejo abrigo negro, el que arropaba tus huesos, tu corazón y tu piel. Tu frío, impasible ante mí, ante el temor de mi mirada de verte caer. Aquella tarde ni siquiera el viento te hizo pestañear. El viento agitaba la bufanda roja que te regalé, deshilachada por los años, enredándola en tu cuello, tejiendo figuras extrañas entre tu boca y la mía.
Ahí estaban tus labios perfectos, tus dientes esperando morder, tu boca insegura y temblorosa buscando el instante para decir
todo aquello que jamas quisiste decir.
En silencio jugueteabas con la arena en tus dedos, en la tierra dibujabas formas sin sentido ni color. Y contando tus pecas esquivé tu mirada. Tú te ocultaste detrás esa bufanda rota, casi mojada, con la tormenta en el pecho, conteniendo el mar que avanzaba lentamente por tu garganta. Quizás acerqué mi mano. Ya no recuerdo si llegué a tocarte.
Recuerdo mis oídos herméticos negando la existencia de tus palabras. Recuerdo esconder mis lágrimas en tu pelo. El viento de aquella tarde bailó en mis labios, mojándolos de sal. Recuerdo mis yemas librándose del calor, creando llagas por el rechazo de tus pecas, recuerdo mi mitad tras ver tu espalda alejándose,
aquella tarde de otoño convertirme en polvo, y en la última racha de viento, desaparecer.
Escena 76547654
Hace 3 años