Saco el mapa de la mochila. Un mapa de mi ciudad. Lo miro y pienso que llevar un mapa de calles sin orden entre las manos es suficiente para que uno se sienta extranjero.
Levanto la vista del papel y me encuentro de frente con Jorge Drexler, que sujeta el móvil con la mano izquierda, me mira de perfil. Con la otra mano mueve suavemente, hacia delante y hacia detrás, el carrito desde el que me sonríe una niña de ojos inmensos.
¿Es él? , ¿realmente es él?
Dudo si preguntarle cómo ha podido escribir canciones tan bellas, decirle que yo he llorado escuchándole, dudo si darle simplemente las gracias mientras vuelvo a perderme en el mapa de calles torcidas.
Levanto la vista del papel y me encuentro de frente con Jorge Drexler, que sujeta el móvil con la mano izquierda, me mira de perfil. Con la otra mano mueve suavemente, hacia delante y hacia detrás, el carrito desde el que me sonríe una niña de ojos inmensos.
¿Es él? , ¿realmente es él?
Dudo si preguntarle cómo ha podido escribir canciones tan bellas, decirle que yo he llorado escuchándole, dudo si darle simplemente las gracias mientras vuelvo a perderme en el mapa de calles torcidas.
Pienso en quedarme parada delante de él sin decir nada.
Es curioso, que una mirada recíproca de 2,3 segundos arranque tantas acciones en la cabeza. Lo más curioso, es que la otra persona jamás imagine dónde está mi cabeza durante esos segundos.
Es curioso, que una mirada recíproca de 2,3 segundos arranque tantas acciones en la cabeza. Lo más curioso, es que la otra persona jamás imagine dónde está mi cabeza durante esos segundos.
Finalmente paso de largo y subo la calle, estoy cerca de la zona de Tribunal.
Me asaltan recuerdos.
En realidad sé hacia dónde voy.
Simplemente quiero perderme antes de llegar.
Para pensar, cruzarme con Jorge Drexler o con mi amigo de la infancia, mi mejor amigo, que hace tanto tiempo que no veo.
O contigo, por ejemplo.
Quizás te vea sentado en un banco leyendo... o por el reflejo de un cristal llevarte el cigarrillo a la boca. Quizás me pare frente a un escaparate que muestra unos zapatos rojos terribles y te vea reírte de ellos.
Me divierte la situación. De ir a buscarte sin que lo sepas. Pienso que voy a vivir el instante poco a poco, que soy yo quien dosifica esta vez, que antes de encontrame contigo hay millones de momentos perfectos.
Camino hacia el tercer banco de la calle. Es una calle bastante amplia, estoy segura de haber pasado por ella mil veces, me pregunto porqué nunca me habré sentado en este banco...
Abro uno de los libros que llevo en la mochila, retiro el marca páginas con una foto de Andy Warhol en gabardina con gafas oscuras y lo mordisqueo. Warhol a merced de mis dientes.
En realidad sé hacia dónde voy.
Simplemente quiero perderme antes de llegar.
Para pensar, cruzarme con Jorge Drexler o con mi amigo de la infancia, mi mejor amigo, que hace tanto tiempo que no veo.
O contigo, por ejemplo.
Quizás te vea sentado en un banco leyendo... o por el reflejo de un cristal llevarte el cigarrillo a la boca. Quizás me pare frente a un escaparate que muestra unos zapatos rojos terribles y te vea reírte de ellos.
Me divierte la situación. De ir a buscarte sin que lo sepas. Pienso que voy a vivir el instante poco a poco, que soy yo quien dosifica esta vez, que antes de encontrame contigo hay millones de momentos perfectos.
Camino hacia el tercer banco de la calle. Es una calle bastante amplia, estoy segura de haber pasado por ella mil veces, me pregunto porqué nunca me habré sentado en este banco...
Abro uno de los libros que llevo en la mochila, retiro el marca páginas con una foto de Andy Warhol en gabardina con gafas oscuras y lo mordisqueo. Warhol a merced de mis dientes.
Tengo tiempo para contar los zapatos que asoman por debajo del libro amarillo que sostengo entre las manos o para adivinar quién se ha sentado a mi lado.
Puedo hacer cualquier cosa.
Entonces aterrizo en la página 43:
"[...] Hace siete años se produjo casualmente en el hospital de la
ciudad de Teresa un complicado caso de enfermedad cerebral, a causa
del cual llamaron con urgencia a consulta al director del hospital de
Tomás. Pero el director tenía casualmente una ciática, no podía moverse y
envió en su lugar a Tomás a aquel hospital local.
En la ciudad había cinco hoteles, pero Tomás fue a parar casualmente
justo a aquél donde trabajaba Teresa.
Casualmente le sobró un poco de tiempo para ir al restaurante antes de
la salida del tren.
Teresa, casualmente, estaba de servicio y, casualmente, atendió la
mesa de Tomás.
Hizo falta que se produjeran seis casualidades para empujar a Tomás
hacia Teresa, como si él mismo no tuviera ganas.
Regresó a Bohemia por su causa. Una decisión tan trascendental se
basaba en un amor tan casual que no hubiera existido si su jefe no
hubiera tenido la ciática hacía siete años.
Y aquella mujer, aquella personificación de la casualidad absoluta yace ahora a su lado y
respira profundamente mientras duerme. [...]"
Un sonido interrumpe la lectura. Levanto la vista. Me vibra el teléfono en la pierna derecha. Lo saco del bolsillo y en la pantalla, un número desconocido, casualmente, con el prefijo de mi ciudad.
- ¿Sí?
Sonrío. Hace un día perfecto.
Entonces aterrizo en la página 43:
"[...] Hace siete años se produjo casualmente en el hospital de la
ciudad de Teresa un complicado caso de enfermedad cerebral, a causa
del cual llamaron con urgencia a consulta al director del hospital de
Tomás. Pero el director tenía casualmente una ciática, no podía moverse y
envió en su lugar a Tomás a aquel hospital local.
En la ciudad había cinco hoteles, pero Tomás fue a parar casualmente
justo a aquél donde trabajaba Teresa.
Casualmente le sobró un poco de tiempo para ir al restaurante antes de
la salida del tren.
Teresa, casualmente, estaba de servicio y, casualmente, atendió la
mesa de Tomás.
Hizo falta que se produjeran seis casualidades para empujar a Tomás
hacia Teresa, como si él mismo no tuviera ganas.
Regresó a Bohemia por su causa. Una decisión tan trascendental se
basaba en un amor tan casual que no hubiera existido si su jefe no
hubiera tenido la ciática hacía siete años.
Y aquella mujer, aquella personificación de la casualidad absoluta yace ahora a su lado y
respira profundamente mientras duerme. [...]"
Un sonido interrumpe la lectura. Levanto la vista. Me vibra el teléfono en la pierna derecha. Lo saco del bolsillo y en la pantalla, un número desconocido, casualmente, con el prefijo de mi ciudad.
- ¿Sí?
Sonrío. Hace un día perfecto.
4 comentarios:
muy bueno!
te lo recomiendo muchisimo! son geniales cantando juntos
casi paseo por esas calles
cogida de tu brazo
sintiendome una extraña
con corazón oxidado
y coraza de plástico
con ganas de echar a volar
gracias por volver.
me gusta saberte.
un abrazo princesa.
Hay ciudades que no necesitan mapa porque lo importante es perderse.
Y sí existen días perfectos. Mi problema es que quedan muy lejos.
Saludos.
Publicar un comentario