I.
Imaginen que abren el periódico de la mañana y el titular de la portada (fuente Comic Sans Ms, tamaño 72) reza lo siguiente:
Justin Bieber se compra un Ferrari mazo de guapo y se da una ostia del quince, pero sale hileso.
¿Qué harían? Probablemente cerrar el periódico con espanto, encender un cigarrillo y la televisión, esa que nos cuenta, en primerísimo primer plano en primerísimo prime time, cómo Víctor Sandoval fue atacado por una serpiente sin veneno, los detalles escabrosos del maltrato que sufrió por parte de su pareja, el bostezo en plano detalle de una Belén Esteban somnolienta a las 9 de la mañana, el obligado silencio del espectador para poder dejarla dormir.
II
Ramonet decía que las nuevas formas de censura existen. Vienen en forma de exceso, de sobredosis de información. Pueden comprobarlo. Vayan a Londres, a pasear tranquilamente por el Picadilly en un día soleado, intente clavar la vista en un punto sin publicidad sin carteles sin consumismo sin best offer, because YOU ARE WORTH IT. Escuche atentamente la voz artificial de los altavoces del metro, sin pausa, no pierda detalle de las pantallas informativas colocadas una detrás de otra, mientras las escaleras mecánicas se mueven por usted.
Challenge Accepted.
III
Además, existen cárceles. La cárcel, por un lado, que oculta el cuerpo. Ésa que criticamos con ojos aterrorizados, con las tripas revueltas y el desprecio de una sociedad que se proclama avanzada: “¿cómo puede vivir debajo de eso? Es inhumano.”
Luego está nuestra propia cárcel. La de la estética, la cárcel que nos hace sentirnos culpables por haber nacido en ése cuerpo y no en el del cartel publicitario, con la piel perfecta, con la cintura perfecta, sonrisa e implantes que valen un puesto de trabajo incluidos.
La cárcel que se odia a sí misma por ser cárcel.
Admitámoslo de una vez.
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