Él me señala su pequeñísimo brazo, delgado como un palillo.
Yo, me quedo muda. Él insiste:
"Venga, agárrale de los brazos, yo de los tobillos"
¿De qué habla, está loco?, pienso.
El niño, mientras tanto, me mira desde abajo, con dos ojos como lunas, y me tiende sus brazos-palillo. Su nombre es Viral.
Estoy completamente segura de que, si le agarro de los brazos y le levanto del suelo, la gravedad se tragará su cuerpo como si fuera un imán -es tan pequeño- y yo, me quedaré ahí de pie, con sus dos bracitos colgando entre las manos.
Él ya tiene agarrados los tobillos y no me deja mucho más tiempo para pensar. Agarro las muñecas de Viral, que son, como decirlo, casi solo huesos, y Viral con la cara manchada de tierra y polvo, me regala la sonrisa más blanca que yo haya podido ver en este mundo.
"Una, dos y tres"
El cuerpo de Viral despega y se balancea sobre la tierra -es tan pequeño- y el aire se llena de su risa, de nuestra risa, y los problemas, las preocupaciones, se ahogan en ella y desaparecen. Viral continúa flotando entre nosotros, y pienso, me encantaría, que entre balanceo y balanceo, Viral soñara tocar la Luna.